Manuel Rivas, ¿Qué me quieres, amor?
SUEÑO CON LA PRIMERA CEREZA DEL VERANO
Sueño
con la primera cereza del verano. Se la doy y ella se la lleva a la
boca, me mira con ojos cálidos, de pecado, mientras hace suya la carne.
De repente, me besa y me la devuelve con la boca. Y yo que voy tocado
para siempre, el hueso de la cereza todo el día rodando en el teclado de
los dientes como una nota musical silvestre.
Por la noche: "Tengo algo para ti, amor". Dejo en su boca el hueso de la primera cereza.
Pero en realidad ella no me quiere ver ni hablar.
Besa
y consuela a mi madre, y luego se va hacia fuera. Miradla, ¡me gusta
tanto cómo se mueve! Parece que siempre lleva los patines en los pies.
El
sueño de ayer, el que hacía sonreír cuando la sirena de la ambulancia
se abría camino hacia ninguna parte, era que ella patinaba entre
plantas y porcelanas, en un salón acristalado, y venía a parar a mis
brazos.
Por
la mañana, a primera hora, había ido a verla al Híper. Su trabajo era
surtir de cambio a las cajeras y llevar recados por las secciones. Para
encontrarla, sólo tenía que esperar junto a la Caja Central. Y allí
llegó ella, patinando con gracia por el pasillo encerado. Dio media
vuelta para frenar, y la larga melena morena ondeó al compás de la falda
plisada roja del uniforme.
"¿Qué haces por aquí tan temprano, Tino?"
"Nada". Me hice el despistado. "Vengo por comida para la Perla".
Ella siempre le hacía carantoñas a la perra.
Excuso
decir que yo lo tenía todo muy estudiado. El paseo nocturno de Perla
estaba rigurosamente sometido al horario de llegada de Lola. Eran los
minutos más preciosos del día, allí, en el portal del bloque Tulipanes,
barrio de las Flores, los dos haciéndole carantoñas a Perla. A veces,
fallaba, no aparecía a las 9.30 y yo prolongaba y prolongaba el paseo
de la perra hasta que Lola surgiese en la noche, taconeando, corazón
taconeando. En esas ocasiones me ponía muy nervioso y ella me parecía
una señora, ¿de dónde vendría?, y yo un mocoso. Me cabreaba mucho
conmigo mismo. En el espejo del ascensor veía el retrato de un tipo sin
futuro, sin trabajo, sin coche, apalancado en el sofá tragando toda la
mierda embutida de la tele, rebañando monedas por los cajones para
comprar tabaco. En ese momento tenía la sensación de que era la Perla
la que sostenía la correa para sacarme a pasear. Y si mamá preguntaba
que por qué había tardado tanto con la perra, le decía cuatro burradas
bien dichas. Para que aprendiese. Así que había ido al Híper para verla y
coger fuerzas. "La comida para perros está al lado de los pañales para
bebés".
Se
marchó sobre los patines, meciendo rítmicamente la melena y la falda.
Pensé en el vuelo de esas aves emigrantes, garza o grulla, que se ven en
los documentales de después de comer. Algún día, seguro, volvería para
posarse en mí.
Todo
estaba controlado. Dombo me esperaba en el aparcamiento del Híper con
el buga afanado esa noche. Me enseñó el arma. La pesé en la mano. Era
una pistola de aire comprimido, pero la pinta era impresionante. Metía
respeto. Iba a parecer Robocop o algo así. Al principio habíamos dudado
entre la pipa de imitación o recortar la escopeta de caza que había
sido de su padre. "La recortada acojona más", había dicho Dombo. Yo
había reflexionado mucho sobre el asunto. "Mira, Dombo, tiene que ser
todo muy tranquilo, muy limpio. Con la escopeta vamos a parecer unos
colgados, yanquis o algo así. Y la gente se pone muy nerviosa, y cuando
la gente está nerviosa hace cosas raras. Todo el mundo prefiere
profesionales. El lema es que cada uno haga su trabajo. Sin montar
cristo, sin chapuzas. Como profesionales. Así que nada de recortada. La
pistola da mejor presencia." A Dombo tampoco le convencía mucho lo de
ir a cara descubierta. Se lo expliqué. "Tienen que tomamos en serio,
Dombo. Los profesionales no hacen el ridículo con medias en la cabeza."
Era estremecedora la confianza que el grandullón de Dombo tuvo siempre
en mí. Cuando yo hablaba, le brillaban los ojos. Si yo hubiese tenido
en mí la confianza que Dombo me tenía, el mundo se habría puesto a mis
pies.
Dejamos
el coche en el mercado de Agra de Orzán y cogimos las bolsas de
deportes. Al mediodía, y tal como habíamos calculado, la calle
Barcelona, peatonal y comercial, estaba atestada de gente. Todo iba a
ser muy sencillo. La puerta de la sucursal bancaria se abrió para una
vieja e inmediatamente detrás entramos nosotros. Lo tenía todo muy
ensayado. "Por favor, señores, no se alarmen. Esto es un atraco." Hice
un gesto tranquilo con la pistola y toda la clientela se agrupó, en
orden y silencio, en la esquina indicada. Un tipo voluntarioso insistía
en darme su cartera, pero le dije que la guardase, que nosotros no
éramos unos cacos. "Usted, por favor, llene las bolsas", le pedí a un
empleado con aspecto eficiente. Lo hizo en un santiamén y Dombo,
contagiado por el clima civilizado en que todo transcurría, le dio las
gracias. "Ahora, para que no haya problemas, hagan el favor de no
moverse en diez minutos. Han sido todos muy amables." Así que salimos
como si aquello fuese una lavandería.
"¡Alto o disparo!"
Ante
todo, mucha calma. Sigo andando como si no fuese conmigo. Uno, dos,
tres pasos más y salir disparado. Demasiada gente. Dombodán no lo
piensa. Se abre paso como un jugador de rugby. Y yo que estoy en otra
película.
"¡Alto, cabrón, o disparo!"
Saco la pistola de la bolsa abierta y me vuelvo con parsimonia, apuntando con la derecha. "¿Qué pasa? ¿Algún problema?"
El
tipo que antes me había ofrecido la cartera. Plantado, con las piernas
separadas y el revólver apuntándome firme, cogido con las dos manos.
He aquí un profesional. Guarda jurado de paisano, seguro,
"No
hagas el tonto, chaval. Suelta ese juguete." Yo que sonrío, que digo
nanay. Y le tiro la bolsa a los morros, toda la pasta por el aire,
cayendo a cámara lenta. "¡Come mierda, cabrón!" Y echo a correr, la
gente que se aparta espantada, qué desgracia, la gente que se aparta y
deja un corredor maldito en la calle, un agujero que se abre, un túnel
por delante, un agujero en la espalda. Quema. Como una picadura de
avispa.
La
sirena de la ambulancia. Sonrío. El enfermero que me mira perplejo
porque estoy sonriendo. Lola patina entre rosanovas y azaleas, en un
salón acristalado. Viene hacia mí. Me abraza. Es nuestra casa. Y me
quiere dar esa sorpresa, sobre patines, meciendo la falda roja plisada
al mismo tiempo que la melena, el beso de la cereza.
Por
la noche, a través del cristal de la puerta, puedo leer el rótulo
luminoso de Pompas Fúnebres: "Se ruega hablen en tono moderado para
beneficio de todos"*. Dombo, el gigantón leal de Dombo, estuvo aquí. "Lo
siento en el acompañamiento"*, le dijo compungido a mi madre. No me
digan que no es gracioso. Parece de Cantinflas. Para llorar de risa. Y
me miró con lágrimas en los ojos. "Dombo, tonto, vete, vete de aquí,
compra con la pasta una casa con salón acristalado y un televisor
Trinitrón de la hostia de pulgadas". Y Dombo venga a llorar, con las
manos en los bolsillos. Va a empaparlo todo. Lágrimas como uvas.
Y
está Fa, la señora Josefa, la del piso de enfrente. Ella sí que supo
siempre de qué iba la cosa. Su mirada era una eterna reprimenda. Pero le
estoy agradecido. Nunca dijo nada. Ni para bien, ni para mal. Yo saludaba, "Buenos días, Fa", y ella refunfuñaba en bajo.
Sabe
todo lo que se cuece en el mundo. Pero no decía nada. Le ayudaba a
mamá, eso era todo. Fumaba con ella un chéster por la noche, y bebían
una lágrima de Porto, mientras yo manejaba el mando a distancia.
Y ahora está así, sosteniendo a mamá. De vez en cuando, se vuelve hacia
mí pero ya no me riñe con la mirada. Se persigna y reza. Una
profesional.
Ya falta poco. En el rótulo luminoso puedo ver el horario de entierros. A las 12.30 en Feáns.
Lola
se despide de mamá y va hacia la puerta de la sala del velatorio. Esa
forma de andar. Parece que vuela incluso con zapatos. Garza o algo así.
Pero ¿qué hace? De repente se vuelve, patina hacia aquí con la falda
plisada y queda posada en el cristal. Me mira con asombro, como si
reparase en mí por vez primera.
"¿Impresionada, eh?"
"Pero Tino, ¿cómo fuiste capaz?"
Tiene ojos cálidos, de pecado, y la boca entreabierta.
Sueño con la primera cereza del verano.
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